martes, 20 de marzo de 2012

En el Día Mundial de la Poesía

Poesía

Juan Miguel Sánchez Vigil













Poesía
Seis letras
Indefinible vocablo
Con acento en la í como melancolía
Y una P pomposa de jabones.
Versos…
Trazos de sueño
Antología de instantes
Tópico de lluvia en primavera
La poesía
Del primer llanto hasta la muerte
Todo
En seis letras
Y esa í que mece la melancolía
Para que el mundo parezca diferente.

Chagall o la belleza de los colores



El siglo XX tiene en Marc Chagall uno de los genios del arte. Su obra es una gran fábula ilustrada, un cuento plagado de sueños e ilusiones, pintado en colores, rico y expresivo y al mismo tiempo desconcertante (como la mayoría de los misterios). Su infancia en Rusia y las vivencias posteriores en París están en los circos, en los bodegones, en los animales fabulosos, y por supuesto en las esculturas y cerámicas.
La sala que la Fundación Caja Madrid dedica al Circo está plagada de payasos listos y tontos, de malabares, de mujeres desnudas, de focos, pero sobre todo de colores, de esa intensidad que brota de los primarios y que caracteriza la exposición. Esos colores puros de Chagall saturan el espacio y hacen de puente para que la mirada pase de un óleo a otro aunque el tema cambie radicalmente. Y luego los libros, las litografías para Las mil y una noches y Longo Dafnis y Cloe, y los aguafuertes Et sur la terre… escrito por André Malraux.
Preside la sala de la Fundación el óleo dedicado a la guerra, una alegoría pintada entre 1964 y 1966, años en que los vietnamitas vivieron el Apocalipsis. Allí están reflejadas la destrucción, la huída, la muerte, pero ni siquiera en este caso aparecen los colores negros. Chagall vivió casi un siglo entre 1887 y 1985, por lo que tuvo tiempo para asistir a muchos circos. Sin embargo optó por pintar el de verdad, el denominado “mayor espectáculo del mundo”.



Fundación Caja Madrid
Museo Thyssen-Bornemisza
14 de febrero-20 de mayo 2012

domingo, 4 de marzo de 2012

Lewis Hine. Documentar la existencia














Otra vez Maphre nos ofrece una muestra maravillosa (una más en su programación de lujo). Miro las fotografías de este hombre y me pregunto si llegó a saber que sus imágenes provocarían esa extra sensación que a veces parte el alma. Estas fotos que algunos han definido como “denuncia”, reflejan la realidad social de USA en el primer tercio del siglo, y revelan sobre quienes se hizo el Imperio. Los barrios de los inmigrantes y el trabajo de niños y mujeres son demasiado fuertes para encajarlos o admitirlos de un solo vistazo. Allí estaba Lewis Hine, en esa esquina donde un día cualquiera un grupo de personas dejaba pasar el domingo a las puertas de la casa prefabricada mientras los muchachos jugaban al béisbol y las niñas peinaban a las muñecas.
Los retratos de los niños son duros, pero también deliciosos: ojos alegres y manos hinchadas; una contradicción que todavía persiste y que me temo existirá por los siglos de los siglos. Los reportajes de los inmigrantes en la isla de Ellis son a veces muy cercanos a los realizados en Cataluña durante los años cincuenta. “Todo es uno y lo mismo”, escribió Campoamor.
Hine (1874-1940) fue autodidacta y aprendió fotografía para documentar las actividades que preparaba para sus clases de Geografía y Naturaleza. La series sobre el trabajo son espectaculares, impactantes, con la archiconocida imagen de la niña hilandera en una fábrica de Nueva Inglaterra. A veces los retratos duelen, se cuelan hasta la médula y se clavan como alfileres. La serie de muchachos vendedores de periódicos es un canto a la niñez, y también al fotoperiodismo.
Estas fotos son las que Coppola reproduce en El Padrino, y son también las fotos actuales de los hombres y mujeres a las puertas de las oficinas de empleo durante los años de la Depresión (Internacional Labor Agency). Son también las fotos que Alfonso Sánchez Portela captaba en el Madrid de las paveras y de los vendedores ambulantes.
Me quedo con el retrato de ese hombre moribundo, realizado en 1908, que se despide de la vida entre la humedad de un sótano, y me quedo también con el retrato de ese niño vestido con harapos (fechado hacia 1910) que sonríe a la cámara para dejar constancia que plantará cara a la vida.
En 1940 Lewis Hine falleció en la indigencia. En los últimos años perdió la propiedad de su casa y debió sentirse como aquellas personas a alas que había retratado. La pregunta es: ¿Cómo fue posible que un profesor de Pedagogía graduado en Nueva York muriera sin apenas medios para subsistir? La respuesta, como siempre, nos la da la vida misma. En este caso búsquenla en sus fotografías.