sábado, 29 de agosto de 2009

Cosas de espías. Fotografíar en los museos y otros garitos culturales

¿Fotografías? No, gracias. Este parece ser el eslogan habitual en los museos y centros visitables de nuestro país (palacios, casas, fundaciones, jardines y otros garitos culturales). Levantar la cámara en uno de estos sitios es algo así como un delito.
¿Qué hay detrás de esto? Uno va al Louvre y puede fotografiar, efectivamente sin flash para no dañar las obras, pero puede hacerlo sin que le asalta uno de esos señores que no sabemos lo que hace y que se dedica solo a mirarnos como si cometiéramos un delito. Si entráramos en profundidad en el tema desmontaríamos con un par de argumentos muchas de las decisiones estúpidas y arbitrarias, basta con recordar a la jerarquía (incluida la eclesiástica) que estos centros existen por la gracia del contribuyente.
Quienes toman la decisión de prohibir las fotografías no saben que nunca compraremos postales, porque en general son de mala calidad y sin ninguna gracia (quiero decir estética), y por otra parte ignoran que hay aficionados (también profesionales) que quieren tener “su” documento o simplemente un recuerdo.
Prohibir por prohibir es de tontos, o de otra cosa peor en la que es preferible no entrar. Hay ejemplos por docenas. Les voy a contar el que coloca a su protagonista en el sitio que le corresponde. Hacía yo unas fotos en la puerta de un edifico público (no digo donde para que el interfecto quede en el anonimato porque lo mismo tiene mujer e hijos), y un policía me lo impidió. A mi lado había dos japoneses, y como eran extranjeros tomaron no una sino varias imágenes. Aprendí la lección y volví a la semana siguiente (el mismo interfecto en la puerta, no crean que era otro), entonces me dirigí a él en un italiano impecable, haciéndome pasar por un guiri veneciano. Naturalmente fotografié hasta el DNI del edificio.
La lista de centros donde no se puede fotografiar es extensa, tanto que deberían hacer una publicación oficial. Lo de la Iglesia lo dejo para otro día, no solo lo de las fotos, sino los precios de las visitas (ocho euros entrar en la catedral de Málaga). También pagan los que ponen la cruz en la casilla de Hacienda. No solo es cuestión de dinero sino de moral o ética. Por eso me pregunto: ¿Qué hay detrás de esto? ¿Sólo idiotas? Seguro que no, seguro que hay desinformación y falta de profesionalidad; es decir, lo de siempre.
Así nos va… en este país de lo imprevisto. Por cierto: siguen las obras en más de medio Madrid y el chiringuito de la Puerta del Sol aun no ha sido retirado (me refiero al artefacto metálico que tapa la entrada al tren).

miércoles, 19 de agosto de 2009

Trastorno bipolar o el sufrimiento de la mujer en Irán y otros lugares de este mundo que es la tierra

Debe ser eso, debe ser que padezco algún trastorno bipolar o tripular, porque cada vez que salgo a la calle me cambia el carácter. La verdad es que no me pasa solo cuando salgo a la calle sino cuando dedico diez minutos a seguir los telediarios. Disculpen la ironía, pero estaba comiendo y han dado la noticia de las elecciones en Irán, comentando que el individuo que ahora ejerce la presidencia ha aprobado el que las mujeres no salgan a la calle sin permiso del marido…
Enseguida me he dado cuenta de que nuestros soldados estaban allí para garantizar unas elecciones libres… ¿libres? ¿Nuestros soldados garantizando que semejante ley se lleve a cabo en ese país? Me imagino lo que estarán pensando las damas legionarias allí destinadas, y por supuesto los caballeros legionarios dispuestos a dar la vida por defender la de sus compañeras.
Pero el trastorno bipolar, no el mío sino el de muchos de los responsables de que la vida siga por derroteros normales (¿Qué es lo normal?) es ya demencia, en algunos casos senil.
Cada uno de nosotros somos el centro del mundo, nuestra vida es la única (es obvio), pero resulta que cuando el infarto nos fulmina o nos atropellan en cualquier calle nos convertimos en una miga del Universo bajo cualquier apisonadora de las que invaden los madriles (este tema ni tocarlo que entonces si que me trastorno).
Entre bocado y bocado miro la televisión y veo a una mujer (mejor dicho su fantasma) embuchada en una sábana con rejilla declarando que gracias a esas medidas el mundo se salvará… o algo así…
Lo han conseguido, nos han trastornado.
Esto es como cuando hago repaso desde los años setenta y me digo: cuando tenía 14 años trabajaba de ocho a tres y por la tarde jugaba al futbolín; en los ochenta seguía trabajando las mismas horas, estudiaba en la Facultad y los fines de semana me reunía con los amigos para jugar al fútbol. Entonces nos hablaban de los avances del futuro y llegó el siglo XXI… No sigo porque el cuento ya se lo saben.
Mañana se vota en Irán para elegir a un individuo que pretende tratar a las mujeres como a perros… ¡La madre que me parió! (Era la exclamación de mi padre cuando se sentía impotente).
Estoy con el postre y ahora dan la noticia de que en Alemania hay un concurso para ver quien salpica mas al tirarse desde un trampolín a 35 metros de altura. ¿Cómo no voy a tener trastorno bipolar?

miércoles, 12 de agosto de 2009

El precio de la vida

Shakespeare puso precio a la vida en El mercader de Venecia. Recuerdo que TVE hizo un magistral Estudio 1 con esta obra, donde José Bódalo interpretaba al usurero que comerciaba con los corazones.
El corazón es el órgano que se asocia al sentimiento y cuando falla la vida se apaga, se termina. A veces en un instante, como el caso del futbolista Jarque, otras poco a poco, desgastándose hasta quedar en una diminuta lámina cuyos latidos se demoran en golpes de agonía.
Escucho la radio y repaso la prensa. Los políticos se parten la cara para no admitir que los suyos son gentuza y sus corazones se pudren; los intelectuales se esconden para que el corazón no sufra y la masa pulula de un lado a otro quejándose de gilipolleces. En mis lecturas advierto que el precio de la vida es tan bajo que resulta insultante. Menos que un saldo.
Es tiempo de crisis y de rebajas. Cada día muere una mujer asesinada por tipos con el corazón roto y la cabeza perdida; cada día muere un periodista asesinado por hablar; cada día algún subnormal gasta su tiempo en pensar como matar a otros por conseguir imposibles; cada día…
En las esquinas hay personas que esperan a que su corazón se pare, demasiadas. En una de las esquinas de mi barrio hay un hombre que extiende la mano sin pronunciar una sola palabra. No sé si pide dinero o pide simplemente que alguien roce sus dedos y le de los buenos días; no se si fue un ejecutivo que se creyó el rey del mundo o un desgraciado al que la fortuna le volvió la espalda.
¿Cuál es el precio de la vida? No lo sabemos. La noticia de la muerte de Jarque ha impactado en la sociedad, por su juventud y por su función social. A mi también. La noticia de la muerte de cientos de mujeres masacradas no pasa desapercibida, pero forma parte del paquete social de la costumbre.
Mirando de reojo a ese hombre de la mano extendida me pregunto qué es la vida y cuanto cuesta. La demagogia me lleva a pensar en los miles de euros con los que se compra y se vende a esos muchachos que dan patadas a los balones. Es inevitable.
Cada paso que damos en esa línea, en ese desprecio por la vida, damos una vuelta de tuerca en favor de quienes abogan por golpes de mano que limiten las libertades. Crecí en la disciplina impuesta y llegué a creer que sin esa imposición respetaríamos la vida, la nuestra y la de los demás. Fui un ingenuo… y sigo siéndolo porque me quedan algunas esperanzas.
El precio de la vida es tan ridículo que cualquier hijo de puta puede emborracharse o drogarse libremente y luego coger el coche para matar a un niño, como le ocurrió a mi querido Santi hace unos años. No puedo borrar su imagen en el depósito de cadáveres de los sótanos del Hospital de la Princesa, como tampoco puedo quitarme de la cabeza la muerte de las niñas de Catarroja, Madrid o Sevilla, o las barbaridades cometidas por esos grupos que acuden los fines de semana a las discotecas a cazar inocentes…
Me gustaría tenerlos enfrente unos segundos, mirarles a los ojos, preguntarles por el sentido de su existencia… Pero me da miedo, porque en la conversación puede que supiera lo que vale una vida para ellos y lo mismo pagaría ese precio porque su corazón estuviera en mis manos, como si yo fuera el mercader de Venecia en la obra de Shakespeare.

martes, 11 de agosto de 2009

El maravilloso ruido de la ciudad gallardoniana

Queparenlasobrasycesenlosruidos.com

Decía mi amigo Javier: ¡Por el amor de Dios!
Eso digo yo, por el amor de Dios que paren las obras y cese el ruido. Para definir el ruido basta con la onomatopeya. La oficialidad nos habla de decibelios para marcar fronteras, pero definir el decibelio es más complicado. Sus decibelios (los tuyos) no son iguales que los míos, estoy seguro.
Escribo ahora escuchando el maravilloso ruido de un motor, uno de los cientos de motores que la flota del Ayuntamiento lleva en sus furgonetas, camiones y motocicletas. Están regando los árboles con agua reciclada que brota de un vehículo impulsada por un motor (adiós mangueras). Esta mañana un señor con casco, subido en motocicleta, recorría la aceras (sí, las aceras) con el motor en marcha y un ruido añadido para recoger las mierdas de los perros; y para colmo ha llegado el camión que se lleva las botellas y ha descargado el contenedor desde una altura de cuatro metros en el remolque, abriendo las compuertas como una catarata. Lo bueno (lo malo) es que eran las siete de la mañana y el niño del cuarto ha estallado en sollozos. Entonces me he dado cuenta de que es una forma de vacunar a los retoños para el futuro; si aguantan eso a las siete de la mañana, lo aguantarán todo en el futuro.
Y en el colmo de la idiotez me he ido a dar una vuelta por el Retiro (jejejejejeje). Allí estaban sonando las músicas del Ayuntamiento, porque ya se estarán imaginando como se recogen las hojas: con un aparato a la espalda que suelta aire… a motor (lean ruido).
Todo el sistema de limpieza del Ayuntamiento se basa en el ruido; creo que todo el Ayuntamiento se basa en el ruido (¿me entienden, verdad?). Si no se hace ruido no se existe, no se es nadie. Lo malo es que te pases de rosca y hasta las señoras del barrio de Chamberí, incondicionales del señor alcalde, empiecen a conspirar en los cafés… Uyyyyuyuuuuyyy ¡Cuidado!
Ese maravilloso ruido de la ciudad gallardoniana, que no nuestra ciudad, porque si no fuese así no sería posible que la tratara como lo hace (hoy hemos advertido otra nueva docena de obras en la Gran Vía y adyacentes), es el pago por nuestro silencio, el silencio de los corderos.
Sí, lo se… habrá quien use la demagogia y me diga que por lo menos da trabajo… pero el trabajo (la inversión) sería el mismo si se estuviera construyendo otra línea de AVE o bien remodelando los barrios de la periferia (el abandono de la periferia lo están pagando caro los franceses en París).
Por todo ello: ¡Váyase usted con el ruido a otra parte, señor alcalde!

miércoles, 5 de agosto de 2009

Las obras en Madrid o el despropósito

¿Por qué? Esta es la pregunta que está en la calle. Cuando en el senado romano alguno de los políticos explicaba la necesidad de una obra pública, sus compañeros no se planteaban lo bonita que iba a quedar la calzada sino que preguntaban: ¿A quién beneficia? Se referían, por supuesto, al beneficio público que tenía el cambio.
Si el político argumentaba los intereses generales conseguía la aprobación.
Cualquier obra pública es un beneficio porque da trabajo, pero ese argumento es válido cuando el trabajo tiene sentido. Levantar todo Madrid de golpe no lo tiene.
Prueben ustedes a pasear por el centro de la capital y verán que es imposible encontrar un rincón donde no se realicen obras.
Hago ahora de senador romano: ¿A quién benefician? Pero hay además problemas añadidos. Durante una semana en la Puerta del Sol se ha producido -se está produciendo en estos momentos- un embudo junto al oso y el madrileño que es hasta peligroso. Si entráramos en detalle veríamos una y otra vez los despropósitos.
Pongamos ejemplos. El ensanche de la aceras tan aclamado ha servido para ampliar el espacio de aparcamiento de las motocicletas (el algodón no engaña) y para eliminar plazas de aparcamiento. Pregunta: ¿a quien beneficia eliminar las plazas de aparcamiento? Obviamente a los transeúntes, los mismos que son propietarios de los vehículos que no pueden aparcar.
La realidad es que lo que realmente beneficia no se atiende. La lista de temas pendientes de solucionar es alarmante: Motocicletas circulando por las aceras, Artilugios de limpieza ruidosos, Pintadas hasta en la sopa, Vehículos cargando y descargando encima de las nuevas aceras recién ampliadas, Orines (ríos de orines) en el Madrid de los Austrias por falta de servicios públicos en las plazas y jardines…
¿Seguimos? Añadan ustedes lo que quieran. Claro que todo esto es permisible porque todo está en obras, y las obras justifican todo… incluso que los encargados, capataces y demás hagan su apartado en plena vía pública para aparcar su coche.
Y del granito ya hablaremos. Cientos y cientos de planchas de granito. Un material caro que, como apuntan los expertos, eleva la temperatura de las calles. El suelo de la ciudad es susceptible de ser abierto una y mil veces, como estamos comprobando (luz, gas, agua, etc.), y cada vez que se rompe hay que cambiar la pieza.
Una cuestión más por desconocimiento: ¿A quién se ha pedido permiso para modificar el paisaje madrileño? ¿Por qué se cambia de lugar la estatua de Colón? ¿Dónde está la fuente de la red de San Luis en plena Gran Vía? ¿Quién autoriza a hacer estos cambios? Ya sucedió con el monumento de Dalí en la plaza de Felipe II y ahora hay que devolver el original.
Madrid es de todos, pero también mío. No solo porque he nacido aquí, sino porque aquí vivo y quisiera que esta ciudad maravillosa no fuera usada para negociar olimpiadas y cosas por el estilo. Lo mismo algún senador romano de la izquierda se atreve a preguntar al señor alcalde la terrible cuestión: ¿A qué madrileño beneficia tal despropósito? Luego vienen las elecciones y si nos echan es porque somos desagradecidos… Tome nota señor emperador de los madriles.

lunes, 3 de agosto de 2009

Desayuno, comida y cena. La vida en tres comidas

Desayuno, comida y cena.
Esta es mi vida, creo que la vida de la mayoría de los españoles (escribo del país de lo imprevisto, de los otros se poco o nada). Cada jornada de mi existencia se divide en cuatro partes marcadas por las actividades digestivas. Hay dos tiempos largos y dos cortos. Los largos se desarrollan antes y después de la comida de mediodía, los cortos antes y después del desayuno y la cena. Hay también quien merienda, pero a estos no los considero pues son hijos de la gula y no entran en el cupo global a los que dedico el texto.
Esta mañana, cuando me he dado cuenta de la importancia que tenían las comidas en mi vida me he sentido más animal y por tanto más tranquilo, pues de un tiempo a esta parte parecerse a los animales en sus comportamientos me parece más razonable (la ética es cosa de la razón y los animales no razonan, pero sus comportamientos tienen dosis de sensatez).
Hoy he desayunado, comido y cenado. Y mientras tomaba el primer café pensaba en lo que haría hasta la comida, cunado comía pensaba en lo que haría por la tarde, y en la cena he pensado en terminar algunas cosas antes de que el sueño me venza.
Llevo así la tira de años y en un cálculo aproximado les diré que he realizado unas 60.000 comidas en total (sumando desayunos, almuerzos y cenas). Pero ahora no me preocupa el pasado, sino el futuro.
¿Cuántas comidas me quedan?
¡Joder con la filosofía! Voy a releer a Ortega.

domingo, 2 de agosto de 2009

Sobre el artilugio metálico de la Puerta del Sol. Quequitenesaputamierda.com



Bajaba yo por la calle de Alcalá desde el cruce con Sevilla cuando escuché esta exclamación:
-¡Qué quiten esa puta mierda!
Miré hacia el interfecto y busqué la puta mierda. Se refería a la chatarra que flota sobre el granito en medio de la plaza, sucia y deslumbrante a la vez.
No son palabras mías sino del interfecto, que se decía madrileño y clamaba a los cielos sin que nadie le escuchara. Tenía unos sesenta años, o quizá cuarenta, porque hay personas de las que es difícil averiguar la edad con un vistazo.
Poco a poco consiguió que le hicieran corro, y aunque algunos le increpaban cogió el hilo y haciendo ademanes de enfrentarse a todo quisqui repetía una y otra vez:
-¡Que quiten esa puta mierda!
Me armé de valor y le pregunté el porqué de semejante expresión. Intenté hacerle ver que el arte tiene un punto especial, esa visión incomprendida…Y me miró como si yo también fuese una puerta mierda. Fue tal la mirada que reflexioné y me dije: ¡A ver si va a tener razón! Y en un golpe de solidaridad (como el golpe de calor o algo así), dediqué treinta segundos a contemplar el artilugio metálico.
Entretanto se habían agolpado varios tipos (también mujeres) que culpaban al alcalde o al ministro según les iba la vaina. Me llamó la atención que su forma de vestir no les identificara, pues los había harapientos apoyando alcalde (facción A) y corbatibles (facción B) alabando al ministro.
Seguí contemplando el artilugio y no sé si por cosa divina o porque el sol giró los milímetros justos para que se produjera un enorme destello, una luz blanca (sin música celestial) invadió el espacio donde se exhiben los cientos de planchas de granito que almohadillarán el suelo de la plaza en futuro incierto, y quedé medio ciego por el impacto (debería decir deslumbrado, pero no es literaria la expresión que busco).
-¡Cómo el milagro de El Escorial- me dije.
Pero los chillidos del interfecto me devolvieron a la realidad, y aturdido por el milagro y por el jolgorio, tuve que buscar el auxilio de la sombra para recuperar la vista y la sensatez. Podría dejarlo aquí, pero quiero confesar mi vergüenza para expiar el pecado. ¿Qué me sucedió? No lo sé. De pronto me lancé como loco hacia el artilugio y comencé a gritar:
-¡Que quiten esa puta mierda!
Y me encontré arrodillado bajo los espejos que deforman, con la multitud a lo suyo y riéndose en mi cara. Entonces me di cuenta de que no era cosa del alcalde ni del ministro, ni de la Virgen del Escorial, sino de los millones de idiotas que cada día pasan por allí y por tantos otros sitios (forrados de granito en la capital) sin ni siquiera darse cuenta de que lo que ven es una puta mierda (con perdón de las putas y de la mierda).

sábado, 1 de agosto de 2009

El país de lo imprevisto



Abro las páginas de este blog mientras repaso las páginas del libro que el viajero norteamericano Richard Ford dedicó a España después de recorrer sus rincones. El término elegido para definirlo no pudo ser más acertado: "imprevisto". Este país de la imprevisto poco ha cambiado. Los paisajes han modificado su fisonomía, pero las actitudes no. Todo es imprevisto, todo llega en el último momento, todo se soluciona con el ingenio y se presume de ello.
Es verano y ha llovido. Se me han empapado los pensamientos. Acaba de anochecer y media España arde en incendios y otra media llora la muerte de dos guardias civiles en un atentado terrorista. En la televisión se hacen eco de la crisis con imágenes de gente que viaja de un lado a otro en periodo vacacional.
Escribir libera de las tensiones, aunque nadie lea lo que decimos. Me propongo escribir sobre lo imprevisto y lo previsto, me propongo escribir sobre lo que veo y me gusta, también sobre lo que no me gusta. Es verano y ha llovido. La naturaleza siempre nos enseña, pero nos cuesta mucho aprender, quizá por eso el treinta por ciento de los jóvenes abandonan los estudios, porque no les hace falta aprender en un país donde la formación y el esfuerzo están en el escalón inferior.
Llaman por teléfono y dejo de escribir. Lo ven: ¡esto no estaba previsto!